Hoy recordé cuando comencé a conectar puntos. Tenía 9 años y vivíamos en Haití. Todas las semanas mi profesora de 3er grado nos llevaba a la biblioteca del colegio, un colegio que estaba en la cima de un cerro cubierto de árboles frondosos. Un día, en una de las excursiones a la biblioteca (en las cuales era obligatorio retirar por lo menos un libro) encontré uno que me marcó la vida. Era un libro de Mitología Griega, de tapas blancas y hermosas imágenes a lápiz. Nadie lo sabe, pero he buscado ese libro en librerías de medio mundo, aunque no recuerdo ni su nombre ni ningún detalle que me pueda ayudar. Excepto uno: un dibujo que ocupaba una página entera: el rostro de Helena de Troya, la mujer más hermosa de la antigüedad.
Desde entonces quedé hipnotizada por los mitos y las leyendas. Y empecé a leer compulsivamente cuantos libros de mitología podía encontrar: desde la cosmogonía inca, hasta la Epopeya de Gilgamesh. Para mi asombro, cosa que luego comprobé que era tema de estudio académico, todas las culturas del mundo tienen mitos sobre un gran diluvio Universal. Todas las culturas estaban – aparentemente – conectadas. Aprendí también que la mitología fue el inicio de la filosofía y que las historias de los libros Sagrados también se consideran mitos. Aprendí que psicólogos, físicos y filósofos habían estudiado esto y, claro, pensar en eso me llevó un poco más allá…
Pero hoy, solo porque hay que empezar por algún lado, comenzaré contando mitos. Los mitos son como mapas indicadores de los caminos que precisamos recorrer. Son caminos para conocer la sabiduría antigua, son más que cuentos. Son mitos. Porque el hombre siempre trató de explicar lo que veía y no comprendía, y lo que no viendo, podía sentir.
Próxima entrada: Un mito sobre el amor: el origen de las almas gemelas.
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